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31.05.2023 Por Pete Jacob, Director General, Current Global Oriente Medio

En la era de la Inteligencia Artificial, siempre hay sitio para la Inteligencia Humana.

Un par de manos de hombre juntas, mirando hacia arriba, con un gráfico de un cerebro flotando sobre ellas.

Según un informe reciente de PwC Middle East, es difícil escapar al impacto de la inteligencia artificial en el mundo actual: se prevé que Oriente Medio coseche por sí solo el 2% de los beneficios mundiales totales de la inteligencia artificial de aquí a 2030, lo que equivale a la friolera de 320.000 millones de dólares.  

El abanico de aplicaciones de la IA es enorme, ya se trate de realizar tareas de fabricación repetitivas, facilitar chatbots que respondan a nuestras consultas, ayudar a los expertos sanitarios a identificar posibles riesgos para la salud o incluso aconsejarnos sobre los hashtags óptimos para las publicaciones en las redes sociales. 

Desde la primera vez que consultamos nuestros teléfonos por la mañana hasta las sugerencias de carrusel seleccionadas por algoritmos en nuestras plataformas de streaming preferidas, la realidad es que la mayoría de nosotros nos encontramos con la IA cada día, aunque no lo sepamos. 

Al mismo tiempo, cada vez hay más discusiones y debates sobre los riesgos potenciales de la IA para la humanidad: su posible uso indebido y el temor inminente a que acabe suplantando a la creatividad, la curiosidad y la innovación humanas. 

A pesar del claro papel de la IA como catalizador de la eficiencia, no podemos pasar por alto la importancia primordial de las habilidades blandas o, como las denomina Simon Sinek, "habilidades humanas". Cualidades como la comunicación, la gestión del tiempo, el trabajo en equipo, la creación de redes, la empatía, el pensamiento crítico, la proactividad y el conocimiento de uno mismo siguen siendo cimientos del éxito y el desarrollo personales. Son áreas en las que la IA se queda corta. 

Oriente Medio, con su vibrante mosaico de culturas y tradiciones, es un testimonio de la importancia insustituible de estas habilidades humanas. La comunicación personal y profesional requiere emoción, sensibilidad, matices y comprensión de diversos puntos de vista, capacidades que la IA, por muy competente que sea en el manejo de datos, no puede reproducir (al menos por ahora). La inteligencia emocional y la competencia cultural son rasgos humanos por excelencia que sólo los seres humanos pueden aportar. 

La intrincada dinámica y el gran aprecio por las relaciones personales en la región hacen que estas habilidades humanas sean aún más críticas. Los ajustes sutiles en tiempo real, los matices de tono y la capacidad de "leer la sala" son exclusivamente humanos e indispensables en una comunicación eficaz. Estas habilidades fomentan experiencias humanas más profundas y ricas, fortaleciendo los cimientos de nuestra vida profesional y social. Muchos empresarios estarían de acuerdo en que estas cualidades son las que buscan en sus equipos, y en muchos sentidos son los rasgos más difíciles de entrenar. 

Sin duda, la IA es una de las muchas tecnologías emergentes que están remodelando la existencia humana. Mientras reflexionamos sobre la pandemia mundial y contemplamos el futuro, está claro que nuestras vidas han sido y seguirán siendo mejoradas digitalmente. Como resultado de las realidades de los dos últimos años, muchos de nosotros hemos buscado experiencias más auténticas, reavivando las conexiones con la familia y los amigos, y comprometiéndonos a pasar tiempo de calidad con nuestros seres queridos. 

A medida que nos adentramos en la era digital, no debemos olvidar nunca que es el toque humano lo que nos hace empleables, que nuestros mensajes sean significativos, que nuestras historias sean memorables, que nuestras relaciones sean resistentes y que nuestros recuerdos sean preciados. 

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